En el valle central, queda en forma muy escaza un caballo de estirpe semejante al criollo que sirvió para el solaz esparcimiento de algunos citadinos económicamente fuertes, algunas fincas cerca de San José, para 1850, contaban con caballos criollo estabulados, donde se requería una doma y un jinete más experimentado para la monta, que para aquellos caballos de uso cotidiano o de servicio social; médicos, carruajes, repartidores de leche, recogedores de la basura, traer las compras, viajar entre pueblos.

Recordemos, que en la última mitad del siglo XIX por los acontecimientos militares y políticos posteriores a la guerra contra los filibusteros y en conjunto con la exuberancia económica que deja el café a los hacendados, se formó, tanto el mejor ejército de Centroamérica con una excelente caballería, como una clase social económicamente poderosa que entre otras cosas europeizó el país. Para esos momentos, se desarrolló mucha infraestructura y se definieron cambios tanto culturales, como sociales y políticos que generaron una fuerte división de clases y generó muchos problemas hasta muy avanzado el siglo XX.

Ante tanta riqueza entre otras cosas se requirió mejorar y expandir el hato ganadero, en 1883-85 se dictaron leyes que beneficiaron tanto la importación de utensilios para la ganadería como de la traída de ganado, se traen principalmente de Europa, y América; vacunos, lanares, y caballares de las mejores razas de la época. A partir de este momento, el círculo de cafetaleros, los potentados comerciantes y el ejército inician las importaciones de caballos de muy distintas razas y variedades que genera un desarrollo sistémico poco balanceado de la cría caballar en el Valle Central y que llega hasta hoy en día.

De acuerdo a varios escritos de la época, el uso de caballos importados por las calles de las principales ciudades del país eran un modo de demostrar el gusto y el poderío económico, así, aquellos ciudadanos de clase media que no tenían esta capacidad de compra o que les gustaba aventurarse, empezaron a cruzar nuestros caballos, en muchos casos hasta los utilizados en el servicio social con caballos importados, además, se trasladaron caballos importados a diferentes regiones del país, lo que gestó una gran variedad de encastes y con el tiempo se dieron caballos de una gran variabilidad genética, y llegaron hasta hoy en día y que los mal llamamos “criollos”. Es mi humilde opinión que el criollo como tal llegó hasta finales del siglo XIX, de ahí para acá lo que formamos fue un caballo de gran variabilidad genética que podríamos llamar “caballo costarricense” y que llega hasta mediados del siglo XX como tal.

Para nuestro interés y tratando de ver las raíces del caballo Iberoamericano con las otras dos variedades antes mencionadas, debemos diferenciar entonces el caballo Ibérico del caballo español, lo que ocurrió en España en el siglo XVI por un lado y en el otro caso analizado muy brevemente los acontecimientos en el Perú en el siglo XVII.

El caballo Español, proviene de un grupo de caballos desarrollados en las diferentes caballerizas de las distintas regiones españolas de Andalucía, el Rey Don Felipe II, en 1567, pidió formar una variedad propia para ciertos fines específicos, así, dictó pautas al caballericero real Don Diego López de Haro, el cual, luego de treinta años, de cruces de esos diferentes biotipos logró poner en las caballerizas reales de Córdoba un grupo de animales con fuerte grado de pureza y muy sobresaliente por su belleza, conformación y sobre todo apto para la escuela. Estos caballos españoles por sus características y por sus costos fueron considerados caballos reales y en esa época pertenecían a la corona, solo los manejaron la alta nobleza, por lo que nunca en esa época llegarían a pertenecer a las clases sociales medias y bajas y mucho menos de las colonias, Vale la pena anotar que por las cualidades de este caballo, se pudieron exportar 43 animales al reinado de Viena allá por el año de 1593 y que al cruzarlos con yeguas nativas de esa región, conformaron después otra raza de silla muy importante, la raza Lipizzana, si analizamos la situación el caballo de raza iberoamericano podría considerarse en la formación como hermano del caballo Lipizzano. Hasta el siglo XIX el caballo de silla se conocía con la denominación de caballo Andaluz, pero, a partir de 1912 se ubica en una raza “Pura raza Español”.

Por otro lado, en Perú, en el siglo XVII, se conforma la ciudad de Lima como la segunda ciudad más importante del Reino Español, con ello copiando a la nobleza madrileña, se da la iniciativa de tener un caballo propio para sus gustos y necesidades. La aristocracia limeña con un elevado costo económico, llegó a formar una variedad de caballo propia, que permitió a los nobles viajar sin mucho trastorno y cansancio entre sus haciendas o entre las ciudades que distaban a más de 500 kilómetros entre sí. En estos ejemplares, se valoró la silla y sobretodo resistencia, era un caballo de suaves movimientos, buenas elevaciones, enérgico y capaz de recorrer entonces largos trayectos.

Ambas variedades ya bien consolidadas en sus regiones de origen, llegaron a fines del siglo XIX y principios del XX a nuestro país y por sí, forman parte importante de la base del caballo costarricense actual. Se dice que el caballo español llega por los años de 1880 en la administración de don Tomás Guardia y fue don José, “Pepe” Feo el artífice de estas importaciones, además, la primera referencia en aduana del caballo peruano fue de 1894. El peruano se establece como raza en 1943, pero, sacando de su patrón racial mucho de aquel caballo que se importó a nuestro país y que en esa época fue muy gustado por nuestro pueblo.