M. Sc. Jorge Arturo Rodríguez

Hace unos 20 años o menos se abrió al mundo caballar la posibilidad de generar una nueva raza, los caballistas visionarios en esa época lograron establecer en el papel las características de belleza, estructura y movimiento, de un animal, que se apreciaban en algunos animales que resultaron de los cruces entre un caballo propio de Costa Rica con la base genética de diversas razas importadas y del caballo español, también importado pero con mucha pureza en su raza conocida como “Pura raza español”.

Es decir, la Asociación Centroamericana de criadores del Caballo de Raza Iberoamericana (La Asoibero), nació como una institución que maneja el registro genealógico, que permite inscribir los caballos producidos de esa mezcla de razas y promueve y mejora la crianza de caballos que reflejen las características del patrón racial establecido y distintivo de la RAZA IBEROAMERICANA.

Del anterior concepto, partimos en este trabajo para valorar la historia de los grupos o estirpes de caballos que ayudaron y ayudarán a formar el caballo mal llamado “ibero” y que por su conformación se debe denominar “caballo Iberoamericano”.

Este trabajo trata de acoplar tres situaciones; tanto el caballo histórico de Costa Rica, como de dos variedades de caballos importados a nuestro país: el “español” y el “peruano” que con el tiempo, se conjuntaron para moldear la base genotípica de lo que con el tiempo vamos a considerar el posible “caballo iberoamericano”.

La historia del caballo en Costa Rica empieza en 1522 con Gil González Dávila después de 30 años de haber reaparecido en el hemisferio occidental el caballo “ibero” o ibérico. Llegaron a nuestro continente a partir del año de 1493 muchas y muy variadas variedades o razas de caballo con el fin de ayudar al ciudadano español en sus labores cotidianas, principalmente eran caballos de tiro y lo utilizaron en sus labores de campo y transporte de materiales, solo era permitido montarlo para defender sus pueblos y comarcas en los momentos de ataques de los aborígenes. Debemos recordar que solo los nobles y militares tenían el privilegio de montar a caballo, por lo tanto, solo ellos traían sus ejemplares de buena silla.

Las regiones ecográficas de nuestro continente, resultaron casi perfectas para el desarrollo de las poblaciones, las variables ambientales con el tiempo le permitieron incrementar sus manadas y así, conforme avanzaba la conquista en las diferentes zonas del continente, se construyeron fincas ganaderas, que producían el material equino para nuevas exploraciones. Muchos animales, después de los enfrentamientos militares, o que por descuido se escapaban de las granjas, quedaron en libertad, se fueron a los sistemas naturales y formaron grupos de caballos cimarrones que con el paso de los años, fijaron caracteres genéticos y llegaron a conformar lo que hoy se conoce como “criollo”, así, aparecen en diversas regiones: el criollo argentino, el criollo chileno, el criollo colombiano y en norte América el mesteño.

En nuestra provincia, desde finales de la conquista allá por el año de 1562, e inicios de la colonia, se introdujeron de Nicaragua gran cantidad de yeguas para el uso en las estancias, las cuales se reproducían tanto para mantener sus yeguadas como para producir mulas, que eran mejores animales para transitar por los senderos de difícil acceso que teníamos. Además, se exportaron a Panamá por más de setenta años.

A partir de las primeras décadas del siglo XVIII, la función de nuestro caballo cambió drásticamente, al intensificarse el manejo y trasiego del ganado vacuno hacia León Nicaragua, para este trabajo, aparece el sabanero y la selección de los animales cambió, lo anterior, permitió generar mucha calidad en el caballo que viviendo a la libre en la región noroeste de la provincia colonial (Bagaces, Esparza y Landecho), ayudó a la conformación un caballo propio que podríamos denominar el “criollo costarricense”, referido por escritos de la época como un caballo robusto, enérgico al andar y de buena estructura física y sobre todo muy ambientado a estas regiones. Esta variedad de caballo se consolidó al conjuntarse con los animales de la región de Nicoya después de la independencia y conformarse el conglomerado poblacional de caballos en el territorio ya guanacasteco.

A partir de la introducción del café allá por los inicios del siglo XIX, el valle central cede sus tierras a este monocultivo, desaparecieron otros cultivos y la tierra ganadera quedó solo para unos pocos animales de leche y carne y mayormente para la cría de bueyes. La mayoría de los animales de producción, incluyendo los caballos son trasladados a la provincia de Guanacaste, ahí por las extensiones de las fincas la cría caballar entre otras se hace a la libre, haciendas de 80 mil hectáreas o más llegaron a tener en forma extensiva más de 3000 caballos y que con esto se termina de consolidar el “criollo costarricense” que venía formándose desde fines de la colonia. Los sabaneros para suplir sus necesidades laborales, simplemente traían algunos cimarrones a los corrales y los amansaban, todavía a principios del siglo XX esto era lo común.